Como dice una canción del músico argentino Luis
Alberto Spinetta, “toda la vida tiene música, y tu respuesta tiene música del
sol”. Esta breve frase, sin embargo, guarda un vasto significado. Aún cuando
nuestra vida, que no es eterna, se vea constantemente constreñida desde la
infancia bajo prismas y esquemas que solemos no escoger; la escuela, el
trabajo, trayectos, compromisos impostergables, eventos sociales de toda índole
que llevan ocurriendo mucho antes de nacer, en forma de una especie de
"cronometrización" del tiempo individual en tiempo social, se trata
en el mejor de los casos, de asumir lo mejor posible, que somos animales
sociales. Además, no debemos olvidar que cada individuo tiene un tiempo interno
personal, un ritmo que incluso podemos desconocer y he allí también, una razón
de su paradojal existencia: somos distintos e iguales, aun cuando no lo
sepamos. Cuando queremos acceder a este lugar personal, a veces inóspito, otras
veces apacible, solemos entre otras formas, sintonizar una canción que nos
agrade. Y allí, en plenitud, emerge con toda propiedad y certeza, el espacio
interior. Agenciado por el sonido, se exterioriza a través de nuestra expresión
corporal-afectiva del disfrute. Este reflejo de nosotros mismos que puede
traducirse en un gusto musical, nos permite compartir con otras y otros, e
inclusive experimentar una cierta identificación colectiva cuando concordamos
en la preferencia por un estilo o banda musical, algo que parece sencillo y
poco importante, sin embargo es relevante. La música entonces, es capaz de
traducir nuestros estados emocionales, sentimientos y libertades a través de un
flujo sonoro codificado que puede ser música pero también podría ser un
determinado paisaje sonoro. Con esto último quiero decir que a momentos, una
voz que escuchamos imprevistamente en la calle, o el tren pasando a cierta hora
del día bajo un clima determinado, nos puede transportar a una sensación
indescriptible quizás para las palabras, pero claramente distinguible a nivel
corporal y emocional, en la evocación de un recuerdo y/o la liberación de
endorfinas con sensación de bienestar. Todo esto, gestionado por la audición.
En definitiva, existen muchas maneras de entender y de estudiar la percepción
sonora. Si lo pensamos desde la neurociencia, también necesitaremos vincularlo
con una perspectiva social y artística, para facilitar las posibilidades terapéuticas
que la música es capaz de darnos, a la hora de tratar patologías que el cuerpo
sintomatiza como enfermedades graves y que muchas veces, tiene como fuente de
origen la tristeza. Por su parte, la academia se ha
dedicado a profesionalizar progresivamente el estudio de la música, convertiéndola
en ciencia estricta, definiendo ciertas estructuras para su replicación exacta
en base a ciertos parámetros, que la definen como lo que entendemos por estudio
profesional de la música occidental, la cual se divide en distintos géneros e
instrumentación. Con ello, se ha distanciado de consideraciones que entiendan
al ser humano como una especie musical innata, parte de los rasgos creativos
propios de su cultura ritual cotidiana, y por tanto, fundamento elemental de su
capacidad expresiva como ser vivo. Desde esta óptica, la música comunitaria
proveniente de pueblos indígenas que han basado su existencia en comunicación
intrínseca con su medio natural, saben mucho. Y la desconexión con esta dimensión
de "atención plena", propia de la modernidad, limitan la vivencia
musical como una forma orgánica de ser humanos entre seres vivos, y
probablemente sea un reflejo de las razones por las que el ser humano esté al
borde de su autodestrucción. Puede sonar apocalíptico, pero se resume en que la
falta de cariño entre seres humanos no nos hará libres. La situación de
"sociedad" no debería alejarnos de comprender que somos
"comunidad", necesitamos encontrar ese sonido interior, y desde allí
encontrarnos para vibrar y sanar lo que sea necesario, en cada encuentro, a
través de la empatía. Desde este lugar, creo que la música propicia relaciones
profundas y reales de atención plena en el cotidiano. Es necesario romper las
estructuras "que nos atan a la pena de poseer", para finalizar con
otra canción, y así entender que todo momento es sonoro y valioso para
desobedecer un poquito lo que nos enseñan, y recordar quienes somos.
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